La complejidad no implica arbitrariedad

28 de marzo de 2016
Cinco Días

Tras muchos siglos de existencia, la contabilidad, que en tiempos pasados fue considerada ciencia, o incluso arte, ha sido aceptada como lenguaje: el que nos permite comunicarnos en el mundo de los negocios. Las lenguas evolucionan, por la influencia de otras, en función de avances científicos o por transformaciones sociológicas, y, como tal, la contabilidad se ha ido adaptando a los tiempos. El desarrollo que han alcanzado las finanzas o el comercio ha influido en esta adaptación, que ha sucedido a una velocidad de vértigo y ha generado un incremento notable de su complejidad.

Tras años en los que en cada zona geográfica del mundo se hablaba un lenguaje contable diferente, con el nacimiento y desarrollo de las normas internacionales de contabilidad, –hoy Normas Internacionales de Información Financiera (NIIF)–, hemos conseguido lograr una especie de “esperanto” de la contabilidad.

Europa y Estados Unidos fueron durante años los principales emisores de normas contables, mientras otros países disponían de su propia normativa local. En 2002, Europa se sumó al movimiento de homogeneización global adoptando las normas internacionales, hoy día utilizadas en más de 120 países.

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Obviamente, a la hora de elaborar la información financiera, la legislación proporciona ciertas dosis de discrecionalidad, fundamentalmente en cuanto a la aplicación de ciertos criterios de valoración, en los que impera un enfoque de principios más que de reglas concretas.

Pero ello no significa, como parecen querer indicar últimamente algunos medios académicos y de comunicación, que la contabilidad sea algo caprichoso o arbitrario, que permita recoger o no determinados activos, o que tolere maquillar al alza o a la baja los resultados de las empresas. No si se utiliza de acuerdo a estas normas.

La contabilidad nació como un instrumento de gestión y toma de decisiones de los propietarios de un negocio, y ha evolucionado con el tiempo hasta pasar a transformarse en la fuente fundamental de información a terceros sobre los resultados de la gestión que es hoy en día. Estos grupos de interés se han ido incrementando con los años, y, entre otros, hoy están los accionistas, las Administraciones públicas, las entidades financieras, los clientes y proveedores, los empleados, las ONG, los analistas y los ciudadanos en general. La confianza que todos ellos tienen en esta información es una de las bases de la economía, por eso merece cuidarse como el más preciado de los bienes, sometiéndola a la crítica, pero siempre de forma constructiva.

Pero esta información financiera no tendría valor alguno si no estuviera revisada por un experto independiente. De ahí la importancia mayúscula de la auditoría, instrumento imprescindible para dotar de confianza y transparencia a las transacciones económicas.

También en estos trabajos, a raíz de los problemas de algunas empresas, han surgido voces que hablan de arbitrariedad en la emisión de informes de auditoría, que demuestran lo difícil que es explicar el trabajo del auditor, así como la falta de conocimiento de cómo trabaja. Los servicios de auditoría se encuentran entre los más regulados del mundo, a años luz de servicios como la justicia o la sanidad, cuyo cumplimiento no está sometido a supervisión o a estrictos controles de calidad.

Sí, como todos los profesionales, los auditores pueden cometer equivocaciones –pocas, como demuestra que de los 60.000 informes que se emiten al año no lleguen a medio centenar los que son objeto de sanción grave o muy grave por parte del regulador–, pero, en ningún caso, el riesgo que supone para continuar ejerciendo, la penalización, la pérdida de prestigio o la cadena de responsabilidades que un procedimiento de esta naturaleza puede generar, compensa la más generosa de las remuneraciones.

En resumen, la contabilidad, como lenguaje para entendernos, y la auditoría, como medio para validarlo, son dos pilares fundamentales en los que se ha basado el desarrollo económico de nuestra sociedad y ningún hecho aislado de posibles malas prácticas por parte de contables, administradores o auditores pueden empañar la inmensa aportación que realizan día tras día.

Fuente: Cinco Días

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