Juicio profesional e inteligencia artificial

11 de abril de 2018
elEconomista

Siempre se ha dicho que el juicio profesional es el mayor activo de un experto. Médicos, abogados, auditores, ingenieros, financieros, son así considerados gracias a su formación, estudio y experiencia.

A los expertos se les atribuyen una serie de aptitudes que les identifican. Entre éstas suelen citarse el trabajo en grupo, de forma que existe un continuo aprendizaje mutuo entre ellos; la capacidad de análisis de los juicios pasados para mejorar los futuros; la división de las grandes decisiones en partes; o la disposición a modificar su criterio sí se les proporciona más información o cambian las hipótesis utilizadas. Por otra parte, un experto posee características psicológicas singulares como son facultad de síntesis para centrar su atención en los problemas fundamentales; capacidad de simplificar problemas complejos; comunicar de forma efectiva su conocimiento; manejar con éxito situaciones de tensión, etc. En los últimos años, como una de las puntas de lanza de la evolución tecnológica 4.0, se ha situado la llamada inteligencia artificial (IA) y sus derivadas machine learning, deep learning o predictive analytics.

La IA combina las capacidades de almacenamiento, búsqueda y síntesis de un ordenador con las competencias de comprensión y razonamiento de la inteligencia humana. A través de la IA ya se están logrando avances espectaculares en medicina, finanzas, derecho, ingeniería, etc.

Ayuda para expertos

De momento, la IA representa una extraordinaria ayuda a los expertos. Ya existen algoritmos que realizan análisis de datos de inmensa capacidad, por lo que se están conformando sistemas híbridos, en los que la máquina analiza datos y presenta conclusiones, y es el humano el que tiene la última palabra con su decisión. También se han desarrollado sistemas que son capaces de predecir el resultado de un juicio; elegir las mejores opciones para el tratamiento de un cáncer; realizar el análisis de los riesgos de una empresa o transacción; seleccionar inversiones financieras; y cientos de aplicaciones más. Y esto solo es el principio.

La gran cuestión es si finalmente las máquinas se transformarán en los mayores expertos y, por tanto, serán las mejores para tomar decisiones, aplicando su juicio profesional. Y aquí se plantean dos grandes interrogantes. El primero, si ello será posible. Y el segundo, si será positivo para nuestra civilización. Aunque los seres humanos solo tenemos capacidad para pensar en progresión aritmética y no geométrica, parece lógico augurar que, en un plazo, ahora imposible de predecir, habrá sistemas que superarán la capacidad de análisis, experiencia, conocimiento e información de cualquier ser humano; y que, por tanto, podrán tomar las decisiones más adecuadas en cada momento. Las máquinas llegarán a ser mucho más inteligentes que los humanos, incluso llegando a producir por sí mismas otras máquinas que les ayuden en las tareas a realizar. Estos sistemas dispondrán, con un alto nivel de excelencia, de las facultades ya referidas, que hoy caracterizan a los expertos.

Virtudes éticas

Respecto a la segunda pregunta, se plantean a su vez muchas incógnitas, todas ellas transcendentales: si las máquinas sustituyen el trabajo de cualquier persona, ¿en qué trabajaremos?; si éstas son las que toman las decisiones, ¿quién las controlará? En las decisiones humanas hay mucho de intuición, ¿podrían también tener olfato los ordenadores o se cambiará intuición por tecnología? Las máquinas serán súper-inteligentes, pero ¿serán también capaces de comportarse con virtudes éticas?

Como respuesta a estas cuestiones hay voces que dicen que, si hacer funcionar software autónomo es económica y socialmente perjudicial para el ser humano, no hay que dar autonomía completa a las máquinas. Pero ¿acaso este proceso se puede parar?

Fuente: artículo publicado por Mario Alonso Ayala en elEconomista.es

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